Su pulso se aceleró hasta sentirlo en la garganta, no podía perder a su padre ahora. Miró el reloj que adornaba su muñeca para comprobar la hora. 16:40. No tenía mucho tiempo, avanzó hasta el cartel en busca de ayuda, con la vaga esperanza de que su padre se encontrase allí. La gente caminaba con prisas arrastrando las bolsas de equipaje. Empezó a marearse entre tanto bullicio. Ni siquiera se percató de que un hombre con un uniforme rojo le estaba hablando. Umi sacó de su bolsillo la nota y se la mostró con las manos temblorosas. Y acto seguido, el hombre le dirigió hacia una escalera. Frenó para buscar a su padre, pero un ancho y bruto alemán le empujó para que continuase andando. Intentó dialogar con él, pero no hablaba su idioma. No tuvo más remedio que rendirse y llegó a una enorme y apestosa sala.
